intentando apaciguar este fuego
que me quema desde dentro.
Caigo al suelo de rodillas
rompiendo en mil pedazos
mi valentía,
mientras se adueña de mí
el negro espíritu del ayer.
Sombras funestas del pasado
se pasean por mi mente remarcando
las noches sin consuelo
y los días sin sol.
De las palmas de mis manos
se abren heridas sangrantes.
De mi alma surge un lamento
que oscurece el mismo cielo.
Ya no duele,
no palpita
en mi la vida cuando me pierdo
en la tormenta que me arrastra
al horror.
Me derrumbo en mí,
me aovillo en el frío suelo
sin fuerzas para la lucha.
Mientras mi sangre se mezcla
la sal de mis lagrimas.
Solo me queda la dulce esperanza
de que por fin me has encontrado,
de que me levantaras en tus brazos
y y mirándote a los ojos veré
la luz que alumbra mi destino.
Eli,14